¿Cómo procesar y utilizar adecuadamente esta
energía tan particular que es el enojo? De hecho, tanto las tradiciones
religiosas como las diversas corrientes psicológicas han intentado ofrecer
respuestas que resolvieran los vastos problemas que esta emoción presenta.
Volvamos entonces, una vez más sobre el tema para explorar respuestas frente a
ciertos interrogantes:¿Qué causa el enojo? ¿Cuál es su naturaleza? ¿Cuáles son
los modos en que lo expresamos y cómo influyen nuestras creencias? ¿Qué
necesitamos aprender para pasar del enojo que destruye al enojo que resuelve?
La
causa
El enojo es el resultado de un impulso, deseo
o necesidad frustrados. Ese deseo o impulso puede estar relacionado con un
hecho particular o referirse a una situación global.
Es particular
cuando el deseo está dirigido sobre un hecho puntual: me han prometido algo y
no han cumplido; deseo hacer un trámite y el empleado no está en su puesto;
deseo viajar y el tránsito está atascado, etc. Es global cuando lo que se afecta es la necesidad de preservar la integridad
física o psíquica: una persona me empuja o amenaza apoderarse de algo que me
pertenece o me humilla y maltrata psicológicamente..
Cualquiera sea la situación, si evocamos
nuestras memorias de enojo comprobaremos que siempre están precedidas de una frustración.
Cuando la energía del deseo que se direcciona hacia su realización encuentra un
obstáculo, la obstrucción que este produce genera una sobrecarga energética
dentro d ese deseo. Esta sobrecarga es lo que llamamos enojo. La función
original de esta sobrecarga de energía es asegurar y garantizar la realización
del deseo o la necesidad amenazada.
Dime
qué imaginas y te diré si te enojas o te apenas
La sobrecarga energética del deseo, que es el
enojo, puede albergar diferentes calidades más o menos destructivas. Esto
dependerá de las conclusiones que mi mente produzca en relación con la
naturaleza del obstáculo. Si evalúo que existe una intención adversa que se
está oponiendo a mi propósito, mi frustración se hará enojo destructivo. Por lo
tanto trataré de hacerle a ese obstáculo destructivo lo que imagino que él
quiere hacerme a mí. Esa voluntad de destrucción recíproca es la esencia de la
batalla.
Si llego a la conclusión de que ese obstáculo
no responde a ninguna voluntad específica de perjudicarme sino que como la
lluvia en el día que deseo ir a la playa, es algo que ocurre pero que no se
opone deliberadamente a mí, entonces mi frustración será frustración pero
difícilmente evolucione hacia el tipo de enojo destructivo.
Si le pido dinero prestado a un amigo y él me
dice que no puede hacerlo porque no dispone de esa suma, y le creo, mi
frustración será frustración pero no se hará enojo contra él. Si en cambio creo
que me miente, que tiene el dinero pero que no me lo quiere prestar, entonces
la frustración tiene las puertas abierta hacia el enojo.
Ante cada frustración producimos, consciente e
inconscientemente, conclusiones acerca de la causa que la produce y rápidamente
evaluamos si hay una intención adversa o no. Muchas personas tienen la
tendencia a atribuir sus frustraciones a una voluntad adversa que se opone a
sus propósitos. Dichas personas no tienen más remedio que vivir crónicamente
enojadas y resentidas.
Otro elemento interesante que está presente en
este tema es que en el marco de una guerra, de una batalla, de una lucha, todo
obstáculo es efectivamente el resultado de una intención adversa. Precisamente,
la del rival de turno. De modo que para quien vive en una atmósfera psicológica
de batalla, todo obstáculo pone en marcha la reacción en cadena de
frustración-enojo destructivo.
Por el contrario, en el marco del proceso de
resolución de problemas, los obstáculos en curso son evaluados como incógnitas
a resolver, que efectivamente frustran y demoran los logros deseados, pero no
generan enojos u odios destructivos.
En este momento, en el que los valores y las
modalidades de la cultura competitiva sobrecargan tanto el tono emocional de
cada una de nuestras relaciones humanas, estamos muy expuestos a interpretar
cada obstáculo en el curso de una relación como la manifestación efectiva de
esa relación adversa de nuestro rival de turno (sea mi mujer, mi vecino, el
portero del consorcio, mi compañero de trabajo, etc.) que quiere oponerse a mi
propósito y vencerme. No es de extrañar, entonces, que el clima emocional de
una incesante batalla sea el que fatigue nuestros días y deje exánimes a
nuestro deseo y nuestra posibilidad de entusiasmo y alegría.
A este componente cultural se agrega otro de
origen biológico que, si no es adecuadamente comprendido, puede confundir aún
más este problema.
El
sustrato biológico
Desde el punto de vista químico, ante la
presencia de un obstáculo vivido como amenaza, el organismo segrega adrenalina
y noradrenalina, neurotransmisores que posibilitan todos los comportamientos de
confrontación y lucha, de actividad y alerta. En épocas primitivas de la
humanidad, cuando la amenaza a la integridad territorial de dirimía en una
confrontación física, en una lucha cuerpo a cuerpo, esta respuesta adrenérgica
era, sin duda, la más adecuada porque en aquellos casos era necesario
incrementar la fuerza física para encarar la batalla.
Todos conocemos, sea por experiencia personal
o por los innumerables ejemplos de personas que así lo testimonian, cómo en una
situación de ira se dispone de una magnitud de fuerza mayor que la habitual. La
tarea que necesitamos realizar es observar cómo utilizamos ese plus de energía
que, por automatismos biológicos arcaicos, el organismo produce frente a una
frustración o una amenaza. El desajuste se produce cuando uno sigue utilizando
una respuesta biológica de ira generada en situaciones antiguas, para
situaciones actuales que no requieren tanta respuesta adrenérgica: uno sigue
poniendo en juego este tipo de respuesta y se olvida del problema que la generó.
Esto se agrava, además cuando se genera la creencia de que el enojo, per se,
incrementa la eficacia. Por lo tanto, se termina propiciando un patrón
primitivo de respuesta de ira, como si todo fuera una amenaza al territorio.
El
enojo es útil para aumentar la fuerza física pero no es útil para resolver
problemas. Imaginemos aun cirujano que encuentra
obstáculos durante una operación y se enoja. Su ira entorpecerá, sin duda, su
capacidad de resolver el problema que enfrenta. Este ejemplo resulta obvio, pero
sin embargo existe una creencia, bastante generalizada, de que el enojo da
potencia. Un conocido periodista de tenis, cuando transmite los partidos de
Gabriela Sabatini, repite frecuentemente: “Me gustaría verla a Gaby más
enojada. Así Jugaría mejor.” El, como representante de esta creencia, supone
que enojándose contra el rival ganaría en eficacia. Y, en realidad, es todo lo
contrario: la coordinación y la precisión que son necesarias para una buena
performance encuentran su mejor caldo de cultivo en la relajación y la calma.
Esta observación, que parece tan obvia al describirla, está, sin embargo,
prácticamente ausente en la evaluación de quienes orientan técnicamente y
psicológicamente a los deportistas.
Resumiendo, podemos decir que la secuencia
frustración-enojo-acusación, se produce en el contexto de una batalla y que,
cuando vivimos en ese clima emocional imaginario, cada frustración dispara la
respuesta de enojo destructivo que convierte cada problema en otra batalla.
Los
diferentes modos de expresar enojo
En la
medida en que concebimos al enojo como una señal que indica la presencia de una
amenaza, de un obstáculo, podemos examinar cuáles son las actitudes que mejor
utilizan la señal que ofrece el enojo.
Habitualmente solemos creer que la expresión
del enojo es una conducta homogénea que no tiene componentes constitutivos
diferenciables. Sin embargo, si miramos con mayor detenimiento la reacción del
enojo, como si ubicáramos sobre ella una lente de aumento para ver con más
detalle cómo es, encontraremos cuatro componentes diferenciables que vale la
pena discriminar.
Para hacerlo más claro tomaremos un ejemplo
sencillo: me cito con un amigo y llega tres cuartos de hora más tarde. Mi deseo
de encontrarme con él a la hora convenida, que se frustra, acumula un plus de
energía, y ese plus necesita descargarse. Este es, precisamente, el primer
componente: la descarga. Podemos
observar entonces todas las reacciones propias de esa necesidad: puedo moverme,
gritar, protestar con insultos, dar un golpe sobre la mesa, patear, etc. El propósito de este tipo de reacciones es
descargar al sistema de la sobrecarga a la que está sometido.
La función de la descarga es equivalente a
abrir la válvula de escape de una olla de presión. La descarga permite que el
sistema vuelva a recuperar el estado más adecuado para su funcionamiento. Esta
fase es muy importante y es la que permite encarar en mejores condiciones las
otras etapas de la resolución del problema que generó el enojo.
Es un hecho cada vez más reconocido por la comunidad
psicológica que no todas las personas contamos con los canales disponibles para
expresar y descargar la ira. Toda la tradición cultural que propició y valoró
la contención del enojo terminó suprimiendo los canales de su expresión. Si le
pusiéramos palabras a tal actitud, sería: “Expresar enojo está mal, no es
correcto o es señal de debilidad”.
La actitud supresiva agrava el problema,
porque la falta de hábito en la experiencia de la expresión de esa emoción hace
que uno no cuente con la capacidad de graduarla en su justa medida: esto se
alcanza cuando uno ha ejercitado repetidamente una respuesta. Por lo tanto, uno
vive la ira frecuentemente en términos de “todo o nada”. Cuanto más se ejercita
algo, mejor se puede calibrar y disponer de todos los matices de respuesta
según requiera la situación. La graduación de la reacción es una conquista
evolutiva, que es a su vez producto de la ejercitación.
Es interesante tomar como ejemplo lo que
ocurre al respecto con los lobos y los pajaritos. El hecho de ser los lobos
animales muy combativos permitió que, a lo largo de su historia, pudieran
ritualizar la descarga y el castigo, y lograran rescatar lo esencial del
combate entre ellos, que es dirimir quién se va a quedar con el territorio. Por
esta razón, cuando en el transcurso de una pelea el que está perdiendo ofrece
su cuello al rival, se genera en el vencedor un reflejo que lo aparta de su
contendiente, le hace buscar el lugar más alto de la región y se instala allí.
Han resuelto el problema de la distribución de territorio con la mayor economía
posible. Esto ha sido denominada lucha ritualizada.
Los pajaritos, por su parte, que no tienen la
experiencia habitual de lucha porque apelan al rápido vuelo como respuesta al
peligro, no cuentan con el recurso del enojo ritualizado y calibrado. Por lo
tanto, cuando combaten en una jaula, las luchas terminan sólo con la muerte de
uno o ambos antagonistas.
El segundo componente es hacerle saber al otro
el impacto que su acción ha producido en mí – o lo que es lo mismo – qué es lo
que siento frente a lo que hizo. Como su enunciación lo indica, expreso, doy a
conocer lo qué siento ante esa situación. Si volvemos al ejemplo de la cita con
mi amigo, le diré: “Estás llegando 45 min. Tarde. Me siento irritado, molesto,
decepcionado, harto de esperar, etc., etc.” Estas podrían se las palabras, pero
la expresión global de lo que siento también estará en mi mirada, etc. Como se
puede observar, en este caso no hay ningún enjuiciamiento, descalificación, ni
conclusión acerca de la conducta del otro. Meramente se la nombra sin
ejuiciarla y se describe la propia reacción ante ella.
La significación instrumental de este
componente de la expresión del enojo consiste en que para que se produzca una
modificación en la conducta del otro, es necesario que él conozca, del modo más
completo posible, el efecto que su acción produce en mí. Este componente está
estrechamente asociado al que describimos anteriormente como acción de
descarga, porque en el acto de nombrar, asumir, expresar lo que siento también
realizo un movimiento de descarga. Si bien estos dos componentes pueden ser
diferenciables, porque en la descarga. Si bien estos dos componente pueden ser
diferenciables, porque en la descarga participan más elementos motores,
frecuentemente ambos se interpenetran y también esta fase está inferida por las
creencias que afirman que reconocer el impacto que me produce lo que el otro
hace es señal de debilidad..
El ejemplo que mejor ilustra esta actitud se
presenta cuando alguien dice: “No le voy a dar el gusto de decirle cómo me
afectó su comportamiento. Más adelante veremos cómo la inhibición en la
expresión de una o ambas fases que estamos describiendo contribuye a que la
expresión del enojo tome uno de los canales más disfuncionales de su espectro:
el intento de suprimir al mínimo la propia reacción y producir sobre el otro el
máximo castigo.
El tercer componente necesario en la expresión
del enojo para que este cumpla adecuadamente su función resolutiva, es la
formulación de la propuesta para reparar lo reparable en esa situación y la
construcción de un proyecto que asegure en lo posible que ese problema no va a
repetirse. Volviendo al ejemplo anterior, puedo decirle, por ejemplo, a mi
amigo: “Mirá, ahora no puedo hablar del tema para el cual nos citamos porque
estoy muy sobrecargado de malestar y tensión. Vamos a caminar algunas cuadras
para descargarme, hablemos ahora de este problema y luego podremos conversar
del tema por el cual nos citamos. Quiero que sepas que a mí me irrita mucho
esperar cuando marco una cita a cierta hora, de modo que quisiera arreglar con
vos una manera para que esto no se vuelva a repetir”.
Desde el punto de vista del enojo como señal,
este conjunto de respuestas expresan una manera de aprovechar esta señal para
resolver el problema que detecta. Si en este sencillo ejemplo de mi amigo lo
que me afecta es la espera a la que me somete su impuntualidad, a través de
estas reacciones utilizo mi enojo y el plus de energía que aporta para intentar
resolver ese problema.
Recapitulando ahora los tres componentes,
estos son:
a)
Realizo la catarsis necesaria para descargar mi sistema.
b) Le
doy a conocerla, clara y abiertamente, lo que siento para que él conozca el
efecto que produce en mí lo que él ha hecho.
c)
Incluyo una propuesta para reparar la situación presente y para tratar de
evitar que se produzca en el futuro.
Para comprender mejor la significación de esta
secuencia es útil recordar que detrás de todo enojo siempre hay un problema que
se debe resolver. La confusión se produce porque el enojo mismo suele convertir
los problemas en batallas y entonces el reconocimiento del problema y sus vías
de solución se pierden.
El cuarto componente que vamos a examinar es
el deseo de castigar al otro por lo que hizo. Aquí el centro está puesto en
hacer sufrir al otro. Lo hacemos mediante insultos, enjuiciamientos y
descalificaciones.
Cuando mi amigo llega tarde , le digo: “Sos un
egoísta, un irresponsable, un desconsiderado, con vos no se puede pactar nada,
es imposible confiar en vos, no lo voy a hacer, así que me voy. Adiós”. Esto
puedo decirlo hasta con un tono de voz relativamente tranquilo, de modo que la
descarga en sí de mi estado es mínima y simultáneamente el efecto sobre el otro
es máximo. Aquellas personas que están habituadas a expresar su enojo de esta
manera creen verdaderamente que expresar enojo es eso: acusar y reprochar.
Cuando se les revela otra alternativa, muestran un verdadero estupor y una
extraordinaria sorpresa al enterarse de una modalidad que no estaba presente en
absoluto en su forma habitual de vivir y expresar su ira. Esta evidencia
clínica pone de manifiesto hasta qué punto el tema de la ira es también un
importante aprendizaje que necesitamos realizar como miembros de la especie
humana y protagonistas de esta cultura.
La misma modalidad castigadora la podemos
encontrar cuando al escuchar algo que nos enoja “le colgamos el teléfono” como
respuesta o “damos un portazo” y nos vamos. Esta modalidad es muy frecuente y
hay personas que se reconocen a sí mismas como expertas en “poner el dedo en la
llaga”, es decir, producir con la mínima descarga, el máximo daño.
Una paciente, Elena, me contaba: “Mi marido no
me consultó de cómo quería yo que se hicieran los arreglos en la terraza y eso
me enojó mucho. Cuando me preguntó a qué hora iba a estar yo para que el
albañil viniera a hacerlos, le dije que esa semana iba a estar muy ocupada y no
iba a estar en casa. El tuvo que quedarse para recibirlo y luego se volvió loco
para recuperar el trabajo atrasado... y yo lo disfruté muchísimo” En la medida
en que Elena no disponía de los recursos emocionales como para expresarle a su
marido su desacuerdo por su actitud inconsulta y proponerle a su vez que la
incluyera para poder emitir su opinión, ella no tuvo más remedio que desembocar
en la situación en la que expresaba su malestar mediante acciones que dañaran a
su marido.
Esta actitud está relacionada con ese conjunto
de respuestas que consiste en realizar una acción que intenta lograr que el
otro sienta lo que yo hasta ese momento sentí, y a su vez, multiplicado. El
régimen de multiplicación depende de cada uno y ese es el sistema que “va
fabricando la bomba atómica”. Depende de cada uno, quiere decir que no sólo
está relacionado con lo que el otro hizo sino también con todas las veces en
que me sentí herido, del dolor que me produjo y de las conclusiones que saqué
acerca del por qué ocurrió. Este es el sustrato psicológico de los denominados
actos de venganza.
La venganza, en esencia, es eso: hacer algo
para que el otro padezca lo que me hizo padecer. Observado desde afuera, se
puede creer que el vengador está haciendo sufrir al otro mucho más de lo que
uno supone que él ha padecido. Sin embargo, este aparente desfasaje depende de
las memorias de dolor que el vengador albergue, que le hacen configurar muchas
veces un régimen de multiplicación del sufrimiento altamente virulento.
Un elemento agregado que conviene recordar
aquí es que, cuanto más inhibidos tiene la persona sus canales de expresión y
descarga de su enojo, más utiliza el modo del “máximo castigo con la mínima
descarga”.
A partir de estos hechos, la actitud de: “lo
que más me descarga es que el otro sufra”, se releva como una extraordinaria
distorsión en el proceso de la expresión del enojo. Además, como el otro va a
reaccionar a su vez ante mi acción que le ha hecho sufrir, si él tiene el mismo
mecanismo de hacerme sufrir por lo que le he hecho, entre los dos ponemos en
marcha una interacción que agrava el problema y multiplica el daño. Esa es “la
bomba atómica”. Así es como se fabrican peleas que culminan en actos de
violencia de una magnitud tal que resultan, a los ojos de un observador,
altamente desproporcionadas en relación con el motivo que las generó.. lo que
acabamos de describir es un ejemplo prototípico de las situaciones en las que
el enojo, en lugar de resolver un problema, lo agrava y multiplica.
La indagación minuciosa de este componente del
enojo desbordaría los límites de este artículo, pero un elemento más que vale
la pena al menos nombrar es que cuando le digo a mi amigo que llegó tarde: “sos
un irresponsable...., etc.”, estoy
actuando de un modo tal en el que he dejado de tener un problema con un amigo y
la persona de mi amigo ha pasado a ser mi problema. Dejo de estar con alguien
con quien resolver un problema, para empezar a estar con un puro adversario a
quien quiero destruir. Este movimiento de amplificación desde un problema con
un amigo a la persona total de mi amigo como problema, es típica de la reacción
del enojo. Es lo que se suele llamar comúnmente: “la calentura del enojo””. Es
ese movimiento de desproporción, de exceso, de hibris, por el cual una parte se
convierte temporariamente en el todo.
Indagación
personal
Le propongo al lector que, para aprovechar
mejor la lectura de este artículo, trate de evocar alguna escena reciente y
significativa en la que sintió intenso enojo. Trate de recordar quiénes eran
los protagonistas, cuál era el tema que motivó el enojo y, especialmente, cuál
fue su reacción. Es decir, de qué modo expresó su enojo. Es decir, de qué modo
expresó su enojo.
Utilizando el parámetro de los cuatro
componentes, le propongo que observe cuáles estuvieron presentes: si hubo
reacción de descarga, si dio a conocer lo que sentía ante lo que le hicieron,
si formuló alguna propuesta para resolver la situación, y si intentó castigar
al otro por lo que le hizo.
La experiencia clínica muestra que en una gran
mayoría de los casos de expresión del enojo sólo están presentes las acciones
que intentan castigar al otro, sea con insultos, reproches o descalificaciones.
No está de más repetir que ese es uno de los canales más disfuncionales para la
resolución del problema que ha despertado enojo. Si este fuera su caso en el
ejemplo evocado, trate de imaginar que vuelve a esa escena y observe cómo sería
incluir los otros tres parámetros de este análisis. Algo que es bueno recordar
aquí , es que el enojo no es un fin en
sí mismo sino un medio para resolver un problema.
Cuantos
más recursos tengo para resolver el problema que mi enojo señala, más se encauza
la energía del enojo en la dirección de su resolución.
A punto tal que, en sus formas más extremas, el enojo prácticamente no se
presenta ni se lo experimenta como tal. Por el contrario, cuantos menos
recursos tengo para resolver un problema, cuanto más impotente me siento, más
intenso es el enojo y más destructiva su calidad.
Caminos que van desde la furia vengativa hasta la descarga, la comunicación y la propuesta por Norberto Levy. Autor del libro “El asistente interior”. Ed. Planeta – Bs.As. 1993