jueves, 5 de julio de 2012

APRENDER A MANEJAR LA FRUSTRACIÓN

Nos ayudará a desenvolvernos en la vida desde una perspectiva adulta y no como un niño que se desespera cuando no consigue lo que quiere.

En una sociedad que nos muestra a través de los medios de comunicación la utopía de una vida cómoda e ideal basada en la imagen, el dinero y los bienes materiales, una sociedad donde todo es comprable incluso la felicidad, no es de extrañar que personas con un bajo concepto de si mismas crean que si no consiguen el aspecto adecuado, el dinero suficiente o el reconocimiento a su esfuerzo vivan en una constante sensación de frustración.

La frustración tiene que ver con la impotencia de no poder conseguir lo que la persona considera que le tendría que ser concedido. Se trata de una actitud que se genera en la infancia y que puede quedar fija para el resto de nuestra vida. La manera en cómo actuaron nuestros padres y educadores en cuanto a la satisfacción o no de nuestros deseos marcó, sin duda, nuestra actitud adulta con respecto a la tolerancia a la frustración.

Un niño, que se tira al suelo pataleando porque su mamá se niega a comprarle un juguete, lo hace porque evidentemente no entiende porque se le niega su deseo. Si la madre le grita y reacciona con violencia, a la sensación de impotencia se le sumará la rabia contra ella y la desolación de no sentir el apoyo que necesita ante una situación de incomprensión que le sobrepasa. Culpará a la madre por ello y cuando crezca siempre que se encuentre en una situación frustrante volverá a sentir esa rabia, esa desolación y por supuesto habrá siempre algún culpable externo.

Si la madre sucumbe ante su deseo porque no soporta la pataleta del niño, éste aprenderá que enfadándose, gritando y manipulando va a conseguir lo que quiere. Mientras sea pequeño probablemente lo consiga pero cuando crezca la sociedad no va a ser tan generosa como mamá. La sensación de omnipotencia que le generó el haber conseguido siempre lo que quería y lo hizo creerse el rey se transforma en una impotencia tan difícil de asumir que puede llevar incluso a la depresión, porque no hubo oportunidad de desarrollar mecanismos internos para aceptar la carencia.

Si esa madre se mantiene firme y consecuente con su decisión, permite que el niño saque su enfado y le ofrece un apoyo haciéndole comprender si es posible, que uno no puede conseguir todo lo que quiere, el niño se dará cuenta por sí mismo de que a veces tiene lo que quiere y otras no y aprenderá a desarrollar mecanismos de aceptación.

Este es sólo un pequeño ejemplo de una situación que puede llegar a ser frustrante de las muchas que vivimos a lo largo de nuestra infancia y no es difícil darse cuenta de que por desgracia, nuestros padres y las personas allegadas no siempre han actuado de la manera más sana para nosotros. Lo cierto es que si de pequeños no nos han dado la oportunidad de afrontar las situaciones adecuadamente no nos queda más remedio que aprender de mayores.

No es fácil aprender a manejarse con la frustración. Los sentimientos y emociones que se despiertan son difíciles de sostener. Puede resultarnos más soportable si uno encuentra a alguien que le guíe, que le acompañe y le dé soporte, eso que nos faltó cuando éramos pequeños. La ayuda terapéutica resulta primordial.

Se necesita en primer lugar el desarrollo de la atención: tengo que observarme para conocerme, tengo que pararme en mí y sentir qué me está sucediendo sin juzgar si está bien o mal, si es adecuado o no, esto me hará tomar conciencia de lo que me duele y de los mecanismos que me llevan a entrar en la frustración.

En segundo lugar la aceptación: aceptar lo que descubro de mí que no me gusta, superando la tentación de actuar como siempre: negándolo, escapándome de ello o culpando a cualquier agente externo por no conseguir lo que quiero. La aceptación es imprescindible porque es el primer paso para que pueda darse un cambio interno.La Biosíntesis nos habla de inclusión, de la posibilidad de atreverse a vivir la tristeza, la ansiedad, la decepción, por muy doloroso que sea, aceptar que forman parte de nosotros e incluirlas como tal.

En tercer lugar desarrollar la confianza. Si consigo atravesar las etapas anteriores posiblemente empiece a darme cuenta, de que, lo que ocurre en realidad es que la Vida me presenta continuas ocasiones de aprendizaje y de crecimiento. Todo sucede por y para algo, para que me dé cuenta de algo. Cada fracaso es una ocasión de crecimiento, una nueva oportunidad para que me haga cada vez más cargo de mi mismo. Podré darme cuenta de que lo que yo creo que me merezco o que me correspondería en justicia, no es más que una manera muy subjetiva de afrontar la vida que está basada fundamentalmente en mi propia carencia. Podré así ir asumiendo que a veces consigo lo que quiero y a veces no, y a la larga si estoy atento me daré cuenta de que así es como tenía que ser.


Fuente: M. Esperanza Dominguez